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8 de junio de 2012

Enriqueta Martí “La Vampira del Carrer Ponent”.

                                             G.I.P.M.O

LA VAMPIRA DE CARRER PONENT-
PRIMERA PARTE-

Enriqueta Martí es el nombre de una de las personalidades criminales más terribles de la historia de España.
Secuestradora, prostituta, alcahueta, falsificadora, corruptora de menores, pederasta, bruja y asesina son solo algunos de los adjetivos que podemos atribuirle a esta mujer, mejor conocida en el pueblo de Barcelona como “La Vampira del Carrer Ponent”.


La historia comenzó como tantas otras, con un oficial que trataba de negar la realidad, algo que comúnmente ha sucedido con éstos casos.
Corría el año 1912 cuando el gobernador civil, Portela Valladares, trataba de convencer a todos de que era completamente falso el rumor que se estaba extendiendo por Barcelona, acerca de la desaparición de niños y niñas de corta edad, que según las habladurías populares, habrían sido secuestrados durante los últimos meses.
Pero ese rumor que se extendía por calles y plazas, mercados y patios de vecinos, era completamente cierto.
Muchos niños desaparecían a diario en las grandes ciudades durante aquellos años, y los padres, para hacer a sus hijos más precavidos, les contaban tétricos relatos sobre “el hombre del saco”.
En febrero de 1912, la mayor parte de ciudadanos de Barcelona andaban preocupados por la desaparición de una niña de cinco años, llamada Teresita Guitart, sobre cuyos detalles y circunstancias se estaba extendiendo ampliamente la prensa.
La niña desapareció en la tarde del 10 de febrero en la calle de San Vicente.
Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita, se detuvo en la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y le soltó la mano a la pequeña, creyendo que subiría sola hasta su casa.
Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin Teresita, preguntó extrañado: “¿Y la nena?“. Y fue en ese momento que la mujer lanzó un grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, Teresita había desaparecido.
En vez de subir a su casa, la niña se alejó un poco de su madre, curioseando, y de repente sintió que una mano cogía la suya, y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: “Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti”.
La pequeña, ilusionada, se dejó llevar un trecho, pero, al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su madre, soltó su mano y trató de regresar, demasiado tarde…
La desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la niña, la agarró en brazos para ahogar sus sollozos y protestas, y se perdió con su presa en las sombras de la noche.
La ciudad de Barcelona vivió más de dos semanas con el corazón en la mano pensando en la suerte que habría podido correr Teresita Guitart.
Todos los esfuerzos policiales resultaron en vano.
Fue una vecina fisgona quien descubrió el paradero de la niña desaparecida.
Se llamaba Claudina Elías, y un buen día se fijó en la carita de una niña que la miraba a través de los sucios cristales de una ventana y le pareció que su expresión era implorante.
Era la casa de la vecina del entresuelo, en la que vivía con un niño y una niña, pero el deplorable rostro de aquella criatura de cabeza rapada no le resultaba familiar.
Mira que si se tratara de la desaparecida Teresita“. Se lo comentó al colchonero que tenía la tienda en la misma calle de Poniente y éste se lo hizo saber al municipal José Asens, quien se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot.
Durante la primera hora de la mañana del 27 de febrero de 1912, el oficial Ribot llamó a la puerta del entresuelo 1ª del número 29 de la calle de Poniente.
Le abrió una mujer que acababa de despertarse.
-Buenos días. Vengo a inspeccionar su domicilio, pues hemos tenido una denuncia de que tiene usted gallinas.
-¿Gallinas? ¿A quién se le ocurre? Eso es mentira.
-Si me permite…
Ribot penetró en el piso descubriendo al fondo del pasillo a dos niñas de corta edad.
La dueña de la casa reaccionó y le dijo que sin una orden del juez no podía pasar. Pero era tarde. Ribot se acercó a la pequeña, que tenía la cabeza rapada.
-¿Cómo te llamas, guapa?
-Felicidad
-¿No te llamas Teresita?
La niña vaciló y acabó diciendo: “Aquí me llaman Felicidad”.
Ribot preguntó a la mujer quién era aquella niña y ella respondió que no lo sabía, que se la había encontrado en la Ronda de San Pablo el día anterior y le había dicho que estaba perdida y que tenía hambre y ella se la había llevado a casa.
La otra es mi hija y se llama Angelita“, añadió.
No había ningún rastro del niño que la vecina decía haber visto en repetidas ocasiones.
Teresina Guitart fue entonces rescatada por la policía municipal.
Una vez en la Jefatura de Policía, la secuestradora fue identificada como Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años y con antecedentes por corrupción de menores.
Había sido detenida en 1909 en su domicilio de la calle de Minerva, donde descubrieron que tenía un prostíbulo de menores de ambos sexos y de edades que oscilaban entre los cinco y los 16 años de edad.
Con ella había sido detenido un cliente joven que resultó ser hijo de familia distinguida.
Enriqueta fue procesada, pero la causa se perdió en los archivos gracias a las influencias ejercidas por una persona muy conocida y muy poderosa de la ciudad.
La vida de Enriqueta Martí estuvo siempre muy relacionada con la prostitución.
Ella misma comenzó a ejercerla antes de cumplir 20 años, el día en que se dio cuenta de que siendo criada no se llegaba a ninguna parte.
Ejerció dicha “profesión” hasta que un día decidió probar suerte casándose con un pintor incomprendido y fracasado, Juan Pujaló, un hombre que se alimentaba de alpiste, como los pájaros, porque lo había aprendido en un manual de naturismo.
Diez años duró ese matrimonio, aunque hasta seis veces se separaron en este período.
La última y definitiva había sido cinco años antes.
Y fue gracias a Pujaló que la policía pudo descubrir que Angelita no era hija de Enriqueta.
El pintor fue quien explicó que el fracaso de su matrimonio se debía a que “Enriqueta es muy aficionada a los hombres y acostumbra a frecuentar ciertas casas que a mí no me gustan”.
Posteriormente, los médicos comprobaron que efectivamente Enriqueta nunca había dado a luz.
¿Quién era entonces Angelita?
¿Dónde estaba el niño que vivía con ella en la calle de Poniente?
Enriqueta no fue para nada colaboradora en sus declaraciones y siguió manteniendo que la niña era suya, aunque semanas después reconocería que se la había quitado al nacer a una cuñada a la que hizo creer que la había perdido en el parto.
En cuanto al niño, explicó que se llamaba Pepito, que tenía cinco años y que se lo habían dejado para que lo cuidara. “Pero como se puso malito lo llevé fuera de Barcelona para que se cure”.
De a poco, en base a las declaraciones de testigos que se presentaban espontáneamente a para colaborar, pudo irse trazando la historia y la personalidad de la secuestradora.
A pesar de que no tenía problemas económicos, solía mendigar y acudía, vestida como una pordiosera y acompañada casi siempre de un niño o una niña, a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos, pidiendo limosna y comida.
Ésta era su ocupación por las mañanas, pero a media tarde salía de su casa elegantemente vestida con sedas y terciopelos y tocada la cabeza con pelucas y sombreros.
¿Qué lugares frecuentaba? ¿A quién visitaba?
Las declaraciones de las dos niñas, fundamentalmente la de Angelita, vinieron a demostrar que Enriqueta Martí era mucho más que una alcahueta secuestradora y corruptora de niños.
Teresita contó al juez que aquella mujer, nada más llegar al piso, le dijo: “¿Verdad que sientes picor en la cabeza? Anda, hija mía, déjate cortar el pelito y te pondrás buena”.
La niña se dejó cortar el cabello mientras la mujer le decía que a partir de ahora se iba a llamar Felicidad, que ya no tenía padres, y que ahora ella era su madre y que tenía que llamarla “mamá” cuando salieran a la calle.
Pero nunca salió a la calle ni le estaba permitido asomarse al balcón o a las ventanas.
La alimentaba mal, pues solo le daba patatas y pan duro, no le pegaba, pero solía darle fuertes pellizcos.
Su única distracción en esa casa era jugar con Angelita, pues ella nunca llegó a ver a Pepito.
A veces se quedaban las dos solas y era en esas situaciones cuando tenían más miedo y todos los ruidos las asustaban.
Pero un día Angelita le dijo: “Vamos a ver qué tiene mamá en los sitios donde no nos deja entrar”.
Y tomadas de la mano ingresaron casi a oscuras en las habitaciones prohibidas.
Teresita tropezó con algo que resultó ser un saco. Lo abrieron y, al descubrir su contenido, lanzaron un grito de horror: había un cuchillo grande y unas ropas de niño manchadas de sangre.
La declaración de Angelita fue aún más sobrecogedora.
Pues ella sí conoció a Pepito, un niño rubio de su misma edad con el que solía jugar hasta que un día… “Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida”.
Tanto impresionaron al pueblo de Barcelona las declaraciones de las dos pequeñas que se abrieron suscripciones populares para abrirles una libreta de la Caja de Ahorros y hasta fueron presentadas en público.
Incluso en el teatro Tívoli se celebró una función en su honor, y en los carteles de presentación decía: “Teresita y Angelita asistirán a la representación desde un palco”.
De todas formas, lo peor aún estaba por llegar…
                                                                           LA VAMPIRA DE CARRER PONENT-   SEGUNDA PARTE-

Enriqueta Martí sembró de horror la Barcelona de 1912.
El relato de las dos niñas que liberó la policía fue recogido por la prensa de la época, y fue entonces que se dio a conocer la verdadera historia de esta mujer.
Secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas.


Cuando la policía registró el entresuelo de la calle de Poniente, quedaron todos horrorizados.
Los empleados del juzgado se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con exquisito gusto.
El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y los sofás eran muebles demasiado costosos.
En un armario encontraron dos trajecitos de niño y otros dos de niña, había incluso medias de seda y zapatitos a juego con los trajes.
También se hallaron pelucas rizadas y finos trajes de confección, aquellos que Enriqueta vestía en sus misteriosas salidas.
Un paquete de cartas llamó la atención de los funcionarios.
La mayoría estaban escritas en lenguaje cifrado, y abundaban en ellas las contraseñas y las firmas con iniciales.
Apareció también una lista, una relación de nombres, que posteriormente daría mucho que hablar a la opinión pública.
En la cocina encontraron el saco del que habían hablado las dos niñas y, efectivamente, contenía un trajecito de niño y un cuchillo ensangrentados.
En otra habitación descubrieron un saco de lona, aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había huesos de reducido tamaño que, posteriormente se confirmaría que pertenecían a niños.
Hasta 30 se contaron entre costillas, clavículas, rótulas.
Todos ellos presentaban la particularidad de que tenían señales de haber sido expuestos al fuego, lo que, según los médicos, excluía que pudieran servir para estudios anatómicos y hacía suponer que más bien los pobres niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpecitos.
Esta afirmación era en respuesta a la explicación que días más tarde daría Enriqueta justificando que había juntado aquellos huesos para estudios de anatomía.
Detrás un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años.
La macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, llenos de sangre coagulada, grasas, y el resto, con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis.
Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino que contenía fórmulas extrañas y misteriosas.
Hallaron incluso un cuaderno grande, lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.
A partir de dicho hallazgo, no se hablaba de otra cosa en la ciudad más que de Enriqueta Martí, y los principales periódicos nacionales, que por entonces se componían de unas 16 páginas, le dedicaban a diario un par de ellas para contar, como si fuera un folletín, las novedades del caso bajo titulares como: “Los misterios de Barcelona”.
Entre los testimonios de personas que trataron a Enriqueta o sufrieron sus actividades, se contaban historias tan dramáticas como la de una mujer de Alcañiz, que acababa de llegar a Barcelona a buscar trabajo con un bebé en brazos.
La buena mujer se sintió desfallecer y se sentó en el umbral de una casa.
Una desconocida, de tono amable, se le acercó (era Enriqueta).
-¡Qué nena tan bonita!, ¿quiere que le dé un rato el pecho?
-A mi hija nadie le da el pecho más que yo -respondió la madre.
-Pues a mí me gustaría dárselo. Me parece que lo que usted tiene es hambre. Vamos a esa lechería, que le pago un vaso de leche. ¡Pobre mujer! Traiga, que ya le llevaré yo a la niña.
Y la mujer, que estaba desfallecida de hambre, siguió a la desconocida y entró con ella en la lechería. Enriqueta pidió un vaso de leche y exclamó de repente:
-Pero le sentará mejor con pan. Espere, que ahora mismo lo traigo.
Salió con el bebé en brazos y nunca regresó.
Seis años tuvieron que pasar hasta que la desgraciada mujer de Alcañiz volviera a ver frente a ella, para identificarla, a la que le había robado a su hijo, de quién porsupuesto, no se hallaron rastros.
Ante semejantes pruebas, Enriqueta terminó reconociendo que era curandera y que vendía filtros y ungüentos.
“Confecciono remedios utilizando determinadas partes del cuerpo humano”. Y, de forma repentina, vociferó: “¡Que registren el piso! ¡Que piquen bien las paredes y encontrarán algo! Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables”.
No tan sólo el piso de la calle de Poniente fue registrado a fondo, sino también los otros domicilios que Enriqueta había tenido durante los diez últimos años.
Y el resultado fue aterrador: en un piso de la calle de Picalqués fue descubierto un falso tabique que ocultaba un hueco en el que aparecieron más huesos, entre ellos varios de manos de niño.
En un piso de la calle de Tallers, en un escondrijo, hallaron huesos y dos cabelleras rubias de niñas de corta edad.
En una torre de Sant Feliu de Llobregat aparecieron libros de recetas y nuevos frascos con sustancias desconocidas.
Y finalmente, en el patio de una casa de la calle de los Jocs Florals de Sants, descubrieron el cráneo de un niño de unos tres años, que todavía presentaba adheridos a la piel algunos cabellos y una serie de huesos que los forenses reconocieron como pertenecientes a tres niños de tres, seis y ocho años.
Diez fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta que se incluyeron en el sumario.
Los periódicos escribieron frases como: “Esos huesos hablan de crímenes bárbaros, y esos emplastos y esas curas, de supercherías medievales”.
Y Millán Astray, jefe superior de policía, definió a la Martí como “una neurótica que se creía curandera, un caso de bruja antigua que hubiera sido quemada en Zocodover”.
No cabe duda de que Enriqueta utilizaba a los niños que secuestraba en una explotación doble: como objetos de placer para sus degenerados clientes y como materia prima para elaborar sus pociones.
Llegó a especularse que el origen de las actividades como hechicera de Enriqueta podría estar en que “en una de esas orgías pederásticas, uno de los niños perdió la vida y a partir de aquel momento decidió extraerles la sangre y no desperdiciar ni siquiera el tuétano y los huesos de sus víctimas”.
En aquella época, la tuberculosis hacía estragos, y estaba muy extendida la creencia de que el mejor remedio para detenerla era beber sangre humana y aplicarse sobre el pecho cataplasmas de grasas infantiles.
Tan sólo dos años antes, un suceso había alarmado a España entera: el crimen de Gádor, en el que un curandero, Francisco Leona, había sacrificado a un niño de siete años, Bernardo González, para que el rico propietario Francisco Ortega curara la tisis que padecía bebiendo la sangre de la criatura y aplicándose sus “mantecas” sobre el pecho.
A nadie escapaba que tras los aberrantes crímenes de Enriqueta Martí tenía que haber personas con suficientes recursos económicos para satisfacer sus pervertidas necesidades.
Y es en ese punto donde aparece la famosa lista de nombres hallada en la calle Poniente, una lista de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía, una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras personalidades.
La indignación y la furia comenzaron a apoderarse del pueblo de Barcelona, y la prensa más conservadora corrió a calmar los ánimos para evitar males mayores.
Así fue que se llegó a decir que “los nombres y domicilios contenidos en esta lista son de gentes conocidas por su amor a la caridad, gentes que fueron víctimas de los engaños de la hechicera, que las conocía por haber acudido a sus casas a pedir limosna”.
Pero cuando saltó la noticia de que Enriqueta había intentado cortarse las venas con una cuchara de madera en su celda de la prisión de Reina Amalia, la irritación popular se convirtió en cólera y las autoridades temieron que si fallecía estallara un motín, pues los hechos de la Semana Trágica de 1909 estaban cercanos.
Para evitar el suicidio de Enriqueta se tomaron todo tipo de precauciones. “La cama de la Martí está colocada frente por frente a las de sus tres compañeras de reclusión para que éstas no la pierdan de vista, cualquiera que sea la posición que aquélla adopte para dormir, y tienen orden de destaparle la cara si ven que se cubre la cabeza con las ropas de la cama para evitar que con sus dientes se seccione una vena de la muñeca”.
Sin embargo, el interés por el tema comenzó a decaer al no producirse nuevos descubrimientos macabros y entrar toda la investigación en una fase rutinaria y farragosa.
El periodista Luis Antón del Olmet concluía así la larga y espléndida serie de reportajes que dedicó al caso: “Estamos ante una de las criminales más tremendas y crueles de las que se tienen noticia. Movida por un fanatismo vesánico, ha ido matando niños durante diez años para sacarles las grasas y fabricar ungüentos. Es un caso inaudito, monstruoso, del que se hablará muchos años con estupor. Enriqueta Martí ha de tener leyenda, pero ¿será cosa de seguir glosando indefinidamente este suceso?”.
Y para rematar la pérdida de interés por el tema, a mediados de abril, un transatlántico se hundió tras chocar con un iceberg.
Se trataba del Titanic, y las noticias sobre aquel desastre apartaron definitivamente de las rotativas a la Vampira del Carrer Ponent.
Meses después se supo que Enriqueta Martí había fallecido en el patio de la cárcel linchada por sus compañeras presas.
Se especuló que antes de ser golpeada ya estaba muerta, envenenada por encargo de alguien interesado en su desaparición.
Nada pudo ser probado.
Lo único cierto es que nunca llegó a celebrarse el juicio, que aquellas personas que figuraban en la lista, “tan amantes de la caridad”, se vieron libradas del problema, y que Enriqueta Martí Ripollés se convirtió en leyenda.                     

                                                                                              G.I.P.M.O 

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